A la hora de catalogar un país dentro de algún grupo que nos haga pensar que tiene ciertas características parecidas o diferentes a la realidad que vivimos, lo que uno nunca imagina es tener que meter un país dentro de una categoría de divinidad o abominación.
Al llegar por primera vez en mi vida a una oficina de inmigración por tierra para poder pasar a Malasia, un idioma desconocido surgía entre dos de los oficiales de inmigración, acto seguido e Inglés no dicen que no nos pueden dejar pasar mientras señalan la consigna antes mencionada por mí en esta entrada, minutos después otra agente de inmigración con la cabeza cubierta, lo cual me revelo que era musulmán, me dice en un tono fuerte de voz que no es posible pasar y que no hay nada que hacer; nuestros pasaportes aún sin regresar a nuestras manos pasan a un tercer oficial que nos pide que lo sigamos, un recorrido largo y eterno, ya me sentía como deportado, después de pasar por diferentes caminos llegamos a una oficina donde nos hacen esperar otros 20 minutos, en realidad no recuerdo cuanto y nuestros pasaportes salen con una carta que explica el rechazo de entrada; arriba de un bus nos devuelven a Singapur, donde ya se ha informado la situación y allí también nos reseñan, toman huellas y demás. Seguro que hubieramos sido delincuentes, terroristas o algo similar y nos dejan pasar fácil, pero como solo estábamos de vacaciones, todo tenía que verse como parte del paseo.
El viaje parecía frustrado, pero por suerte para nosotros, no fue así, por lo cual decidimos comprar un tiquete aéreo y pasar como lo autorizaban en la visa, para ese día no sería, pero si para el siguiente, una noche más sin dormir por miedo a no despertarme y perder ya no el bus sino esta vez el avión.
Habiendo quedado reseñados en la inmigración de Malasia nos demoraron nuevamente en el aeropuerto del vecino país, sin embargo después de unos minutos pudimos pasar, por fin en Kuala Lumpur, próximo a recorrer los pasos de Sean Conery y Catherine Z Jones en la película "La emboscada" de 1999, una de mis películas favoritas del mundo y por tanto Kuala Lumpur una ciudad en la que siempre quise estar.
Radicalmente diferente de Singapur, donde no hay un acceso directo a la cultura pues un gran porcentaje de la población dedica todo su tiempo a la tecnología ensimismándose en su mundo sin percibir lo que a su alrededor sucede, Kuala Lumpur daba miedo de la cantidad de gente, mercados y las no tan bonitas calles, sectores y medios de transporte, sin embargo, nos ayudaba la tranquilidad de saber que en estos países de oriente las ciudades por suerte son seguras o al menos más seguras que las de los países latinoamericanos en la que el deseo mimético se ha convertido la principal razón para quitarle a los demás lo que poseen.
Sin embargo, ya habíamos adquirido la costumbre de ver un metro extremadamente nuevo y limpio, como recién estrenándose, calles con gente caminando de una lado a otro, carros nuevos y muy bien cuidados a pasar a un metro no tan bonito, que se le notan los años, esos mismo años que no les pasan a las torres petronas, que desde el momento en que las vi, recordé aquella película, de mis favoritas por cierto, en la que Sean Conery y Catherine Z Jones roban un banco que supuestamente queda en el último piso de las torres y les toca escapar colgando del puente que las une en el piso 40 y que finalmente salen con vida, recordé también que desde el momento en que vi esa película y cada vez que la volvía a ver, se hacía más ferviente mi deseo por estar cerca y finalmente lo estuve; el tour guiado hasta el puente situado en el piso 40 donde se puede admirar Kuala Lumpur desde varios costados y apreciar la inmensidad de las torres a lado y lado no es nada comparado con algo antes admirado por mis ojos. Definitivamente son edificios imponentes que develan la importancia de Malasia en oriente, sin olvidar claro que el diseño de estas fue concebido por el Argentino César Pelli cosa que me pareció paradójico estando viviendo yo en buenos aires.
Luego de la visita obligada a las torres fue necesaria la visita al barrio chino, este sin envidiarle nada al de Singapore aunque con más comerciantes que comienzan las ofertas en cifras incalculables para sus artículos chinos de producción en serie que en realidad negociando un poco salen por menos de la mitad de lo inicialmente pedido, cosas que parecen de marca, pero no lo son, excelentes imitaciones de los originales y mas extranjeros que de costumbre, incluso me doy cuenta que muchas personas extranjeras que he visto en Singapore han llegado hasta Kuala Lumpur como siguiéndonos, los distingo porque además de parecer extranjeros, dos de ellos llevan el cabello rubio de la misma manera amarrado en la cabeza y usan gafas de sol con colores algo llamativos, otro de ellos tiene un pie lastimado, de seguro ellos nos han visto a nosotros también merodeando los sitios turísticos a la par, no es una suerte que la gente que tiene la posibilidad de viajar a esta parte del mundo tenga como objetivo el mismo recorrido que nosotros hemos realizado.

Malasia nos deja con un sabor agridulce, una excelente cultura, Kuala Lumpur una belleza incomparable, con las autoridades el sabor agrio de la visita pero que finalmente como dicen por ahí, todo es parte del paseo.